Pues sí, nos guste o no nos guste, la espeleología –a pesar de su femenino nombre- es un deporte-ciencia que parece haber hecho un “Coto Privado” de hombres, y de tarde en tarde abre sus vallas para permitir el paso de féminas que lo hacen fugazmente, ó permanecen como raras avis, siempre en número muy minoritario. ¿A qué es debido este extraño comportamiento? Sinceramente, no lo sé.
Desde mi atracción por las cavernas, siempre me ha sorprendido encontrar tan pocas mujeres en este campo. Cuando a finales del año 1.970 bajé los escalones del Hogar Juvenil de Tejón y Rodriguez buscando la manera de realizar mis sueños de espeleóloga, me encontré un grupo de chicos en cuyos planes no entraba la idea de tener compañía femenina en este deporte. En ese tiempo no era de extrañar. Así que me acostumbré a ser la única chica, lo cual tuvo sus inconvenientes, pero también muchas ventajas.
El Grupo de Exploraciones Subterráneas de la Sociedad Excursionista de Málaga es el heredero directo del primer germen de espeleología organizada que tuvo lugar en Málaga allá por Mayo de 1958. Este año un grupo de jóvenes se reunía con el propósito de explorar y estudiar las cuevas de la provincia. Entre estos primeros componentes se encontraba Antonio Gálvez Pacheco que, aún hoy, sigue participando activamente en la vida social de este veterano Grupo.
A 17 kilómetros de Estella, en la provincia de Navarra, se encuentra un pueblecito llamado Lezaum, escondido en la Sierra de Andía. En tiempos pasados, este pueblo conoció días de gloria, como atestiguan sus casas de piedra labrada y blasonadas con escudos señoriales. Pero en la fecha en que sucede este relato, no pasaba de ser un pequeño pueblo dedicado a la ganadería y al pastoreo de ovejas.
Un dia cualquiera del mes de Abril del ya lejano año de 1.962, un grupo de espeleólogos estellenses emprendía la bajada a la sima de Arriazuleta, cuya estrecha boca se abre a medio kilómetro del citado pueblo de Lezaum.
Hasta 1.952 el término “espeleología” era desconocido para la mayoría de las personas en nuestro país. Pero ese año, en concreto durante el verano, iba a suceder un hecho que pondría en boca de todos esa palabra y daría a conocer nuestro deporte, aunque bajo un prisma bastante sensacionalista. Este hecho iba a ser la trágica muerte de Marcel Loubens en la Sima de la Piedra de San Martin. Dos años antes había sido descubierto un pequeño agujero en la zona fronteriza del pirineo navarro, por el espeleólogo francés Georges Lépineux. De ahí que en un principio fuera bautizada como Sima Lepineux. Pero posteriormente la prensa acabaría dándola a conocer con el nombre de “Piedra de San Martín”. Tras este estrecho agujero se abría un gran abismo de 346 metros de profundidad que desembocaba en un complejo mundo subterráneo.
En 1.952, en la 3ª campaña de exploración a este colosal pozo, cuando el equipo encargado de instalar un campamento en la Sala Isabel Casteret regresaba al exterior, un fallo en el material utilizado en la subida del mismo, hizo que se rompiera el eslabón terminal del cable del torno en su unión con el arnés de paracaidista que usaba el espeleólogo. El turno era de Marcel Loubens, que se precipitó al vacío cayendo al gran caos de bloques existente en el fondo del pozo. Durante horas agonizó en esas tinieblas sin que sus compañeros pudieran hacer nada por él. La bajada de un médico, con toda la dificultad que supuso, fue seguida por un público asombrado que por primera vez conocía la existencia de los “espeleólogos”, de que había personas que bajaban a las entrañas de la tierra para descubrir sus misterios.